Disculpad si el asunto del tema parece una suerte de clickbait, pero no sabía como describirlo de otra manera que fuera tan sintética y, a su vez, explicativa.
En mi mensaje de presentación, hace un par de meses atrás (o tres, ya no lo sé), hablaba acerca de la pérdida de control sobre el coleccionismo. Esto no es nada nuevo en el terreno de la psicología; la necesidad de acumular objetos, con finalidad diversa, es una característica que va ligada a un tipo de personalidad obsesiva. En el terreno de lo “mental”, no hay nada nuevo bajo el sol. Uno puede tener esas ganas de una forma totalmente sana y racional, disfrutando de cada compra y de todos los juegos o sistemas que se posean, independientemente de la cifra total que éstos compongan. Ara bé… ¿Qué pasa cuando esto, más que un hobby, se convierte en una suerte de “necesidad”, en un pequeño chute de dopamina que te recorre el cuerpo de arriba a abajo en unos segundos y te deja con la sensación de saciedad?
Escribo este mensaje porque me encuentro, ahora mismo, en una encrucijada similar. Aunque tenga menos callos que muchos de los foreros aquí hallados, ya que este año cumplo la treintena, ya “pasé” por una etapa similar que decidí finiquitar. Y ojo; en ese momento, paradójicamente, con menor sueldo, podía dedicarle más cash. La grandeza de vivir con los progenitores y no financiar absolutamente nada. Una maravilla. ¿Por qué corté, entonces, hace tiempo?
La respuesta es muy sencilla: estaba satisfecho. ¿Sabéis la sensación que se produce cuando has ido a un buen restaurante y quedas saciado pero, a su vez, has disfrutado todos y cada uno de los platillos que te han servido? Una especie de final perfecto, dulce. Darme cuenta de mi apetito fue, precisamente, lo que me hizo disfrutar de los últimos bocados: un Klonoa y un Whirlo. Y me quedé tan y tan satisfecho, que aún recuerdo el regusto a día de hoy. Y decidí dejar de comer en grandes restaurantes, para ir “picando” algo de vez en cuando. No era un conformismo; lo considero inteligencia. Ser feliz con aquello que tienes.
Pero el asunto se torció el año pasado.
Me dio por comprar un par de artículos en la Retrobarcelona. Un cartucho del Zelda ALTTP y un Pokémon Stadium sin insert, a un precio la mar de competitivo. De repente, me empezó a entrar hambre. Y cuánto más comía, más hambre tenía. Por mucho que comiera, no me quedaba del todo satisfecho. Por suerte, sabía elegir qué comer y qué no; también sabía detenerme cuando veía que el menú iba a ser demasiado caro (una cosa es tragar, y algo muy distinto es pedir platos por encima de tus posibilidades).
Y ahí entró la frustración.
Cuando tenía un sueldo irrisiorio o, en su defecto, me dejaba menos calers en el vicio, disfrutaba muchísimo más todo el material que compraba. Me fijaba en lo que tenía; no en lo que quería tener. La mayoría de mis juegos de SNES están tocados por algún sitio u otro, ya que los compré así… ¡Y me daba igual! Los disfrutaba como un enano. Ahora, además del “apetito”, necesito que la presentación del plato sea perfecta. Si no es así… No me sirve. Ojo; ser sibarita en la presentación no es malo. Lo malo es cuando no puedes disfrutar de un plato con peor presentación.
Cierto es que ahora mismo mi vida gira en torno a unas oposiciones venideras, lo que me produce un estrés de la leche, típicos pagos que vienen sin avisar, un trabajo en el que me autoimpongo un nivel de exigencia tal vez demasiado alto y que está a una hora de casa y, en definitiva, el tiempo justo para hacer aquello que “me gusta”. Este grado de ansiedad (llamémosle ansiedad, venga) se entremezcla con el “apetito”, lo que incrementa, precisamente, el mismo “apetito”.
En definitiva; este mensaje es una suerte de “desfogue” y de necesidad de compartirlo con compañeros de viaje, ya que creo que he dado un paso atrás como “coleccionista” en lo que a disfrutar de mi propia colección se refiere (y más cuando la comparas con otras de mayor tamaño o “calidad”, por así decirlo). No busco consuelo, ni que se me den palmaditas en la espalda (que conste que lo digo con todo el buenrollismo del mundo). Sólo eso, una mezcla de canalización y opinión.
Tendré que echar la vista atrás y preguntarle a mi “yo” del pasado cómo se disfrutaba de cada logro. Seguro que es cuestión de recordarlo, nada más
Gracias por leerme, retrocompas!