Yo como ya he repetido en varias ocasiones por parte de mi padre en un bar de Benidorm ¡Space Invaders!
Y menuda la anécdota siendo fanático a más no poder de los juegos de naves desde esa primera recreativa, parecían sucederse uno tras otro.
Asteroids, Missile Command, Galaxian, Galaga, Phoenix…
Esa nave barco como yo también la denominaba era mi pasión el conseguir ir a destruir al invasor de turno una vez derribado el escudo deslizante.
¡¡¡Uuuuff!!! Maravilloso.
Otra de mis primeros recuerdos, pasón igualmente el tener que acoplar la nave de un solo disparo a la de dos, para luego proceder con la mayor también de dos disparos, para el punto de llegar a esquivar los asteroides y luego misiles era como entrar en plena batalla galáctica y cerrarse todo a mi alrededor, trasladarme a ese mágico mundo como en Ready Player One, o estar en la carlinga de la nave de Luke Skywalker, vamos, vamos y vamos, fantasía, adicción y pasión era poco lo que me invadía en el cuerpo, ese cosquilleo de exámenes sentirlo veinte veces más fuerte. Moon Cresta fue igualmente de órdago y con hueco en mi corazón.
Como si fuera a meterme en la evaluación final para ser piloto de caza. En resumen, nervios indescriptibles pero apoteósicos.
Y sino con el Defender. Tener que ir con una nave espacial súper rápida para salvar a los humanoides.
El caso es que toda esta épica aventura la viví por segunda vez gracias a la Atari 2600 en la terraza del salón de mi vivienda, en pleno verano donde corre un airecito placentero y tener tras de mi el cielo oscuro con las estrellas haciéndome sentir más aún si cabe el estar ante mi nave particular y con esos soniditos tan acentuados característicos de los juegos de la época amplificados por una Radiola Hi-Fi con caja de resonancia, madreeeee.
Las horas se convertían en minutos.